INTRODUCCION AL PEREGRINO


INTRODUCCION AL PEREGRINO

PRESENTACION
Esta historia, es algo más que le debo a mis padres.
Empezó por un primer viaje en piragua, desde Alicante a Tánger. Lo que me sirvió para darme cuenta que la piragua no era el medio de transporte ideal, para viajar por África.
A este viaje le siguió otro, en bici por el continente Africano, de unos tres meses pasando por los países de Marruecos, Mauritania, Senegal y Mali.
A la vuelta de este viaje, tenía un nuevo proyecto de viaje y no tarde en partir con mi piragua, desde Alicante a Sicilia.
Este año 2010 he llegado a Suráfrica en bicicleta, atravesando un total de quince países, desde mi ciudad Alicante.

sábado, 13 de noviembre de 2010

ULTIMO VIAJE POR AFRICA


El viaje comenzó con problemas, partía antes de la Navidad de 2009 y me ponían pegas para entrar en África por Argelia, el terrorismo y la burocracia. Después de varios intentos decidí tomar la ruta de Marruecos, no era mi primer viaje a Marruecos, pero me pareció tan maravilloso como siempre, la hospitalidad de sus gentes, tan grande que es difícil, muy difícil encontrarla en algún otro sitio. A la mínima ocasión te ves liado para comer o dormir en sus casas. Pero mi viaje debía continuar y con él, los problemas. Llegando a Tam-Tam, me dijeron que este año, a partir de Noviembre, ya no hacían los visados para pasar a Mauritania en la frontera y estaban obligando a darse la vuelta a muchos turistas.

Decidí llegar a Dakla y cruzar casi todo el desierto, así logré animarme después de la desagradable noticia. Una vez allí compré un billete de autobús a Casablanca para ir a la embajada de Mauritania y solventar mi problema con el visado. De vuelta en Dakla partía con mi bicicleta hacia la frontera, unos 300 kilómetros, acompañado de un holandés y una chica Austriaca que iban a Dakar. Al llegar a Mauritania nos separamos, ya pedaleaba solo por un país donde se respiraba algo de tensión y mucha culpabilidad. Sus gentes eran más abiertas que el año anterior, preguntaban de dónde venías, adónde ibas, hasta la policía se ofrecía para acompañarme a los distintos controles, aunque luego me decían que no había problema, que era seguro.

Llegué a Nuakchott, allí paré un día que aproveché para descansar y comprarme una nueva cámara de fotos pues la que comenzó el viaje se había llenado de arena del desierto que había roto el motor del objetivo. El siguiente destino era Senegal, llegar a Dakar que no lo conocía. Me decidí por la ruta del Parque Nacional de Diama pues en mi anterior viaje ya había cruzado por la frontera de Rosso, en esta frontera los policías de Mauritania se ponen algo pedigüeños pero no hay problema.

Al entrar en Senegal se irrumpe en el mundo africano, a pesar de tratarse de un país algo más occidentalizado. Senegal está más alejado de la cultura musulmana, comienzas a ver colores, escuchar ritmo y también se ven cervezas en los escaparates. Ya podía decir: "Estoy en África, esto es lo que quiero", estaba contento, iba silbando, sentía una gran alegría.

De Dakar fui rumbo a Malí, allí llegaba de pobre a más pobre pero la pobreza en Africa no importa, es duro pero ahí estaba y debía vivir con ella, sino eres hombre muerto por muchos motivos. El año anterior la lástima me comía, la calle de África hay que vivirla, si se va a los sitios turísticos te quedas sin descubrir muchas cosas.

Por Kayes entré en Malí, este año no me metí por ningún camino de este maravilloso país y aún así se me rompió algún radio de la bicicleta que tuve que arreglar a la manera africana, ya dare las instrucciones en otra ocasión. Ya en Malí tampoco pude visitar Tombuctú este año. De la capital, Bamko, fui directamente a Burkina Faso donde la policía me cobró cinco mil francos de mas, no importaba demasiado pues en algún sitio me lo tenía que gastar. Además mereció la pena, fue un flechazo directo al corazón, me enamoré de su magia, había algo diferente. Aunque seguía haciendo el mismo calor insoportable, todo me parecía distinto; hasta los niños que recogían las sobras de las mesas, las que les dan pues nunca piden aunque lleven su cacharrito vacío.
Llegue a Oagadugu, la capital, una tarde con una nube de polvo impresionante. Me sumergí en el tráfico calamitoso, lleno de atascos y ruidos, de estos paises  y llegué al mercadillo de las bicicletas. Allí un "manitas" me asesoró para cambiar los tres radios arrugados que tenía mi bici. Fue como siempre, esa gracia especial que tiene la gente de allí para ayudar. Los musulmanes son hospitalarios, mucho, y en el corazón de África no te pueden ver padecer; cuando te ven gritando, llorando, necesitado, enseguida están ahí para ayudar, para preguntarte qué te pasa. Esa es la poca educación africana.

Ahora iba en dirección a Togo, hacía el norte, y también allí me tocó pagar. Seguía embrujado como en Burkina, pero ya estaba algo más acostumbrado. Paré en un pueblo donde me dijeron que estaba el Barranc de los hipopótamos, les hice fotos y también se las hice a un niño desnutrido. África, la ley del más fuerte, la del hombre sin miedo capaz de sonreír aunque no tenga fuerzas.

De Togo entré en Benin, también por el Norte, no tuve problemas, los mínimos, y decidí seguir con mi práctica,  comprar antes a un policía que a un político. Sin embargo, esto se iba a acabar pues al llegar a Nikki, después de cien kilómetros de pista, la policía nigeriana me dijo que no aceptaba sobornos y me expulsaron del país. Me obligaron a bajar a Cotonou, la capital de Benina, para sacar mi visa a Nigeria.

Sin rechistar me hice los cien kilómetros de pista y los quinientos a la capital. En Benin conocí a Herminione y Naiia, las dos ayudantes del cónsul español, muy competentes en su trabajo, que en dos días me consiguen el visado para Nigeria. Eso sí, delante de Herminione entregué 30.000 francos al ayudante del cónsul de Nigeria, que me hizo un recibo por 25.000. Con algo menos de dinero marché hacia Lagos, donde tuve que parar a gestionar mi visa para Camerún. Ya había reemplazado mi slogan acerca de las fronteras, ahora pensaba que "Hombre precavido vale por dos".

 
Me iba a encontrar con un África muy diferente, donde una civilización se había quedado a medio construir, siendo invadida por la genuina África. Habían mil y una sorpresas por descubrir y todos me decían que era muy peligroso descubrirlas. Me fui directo a la embajada de Camerún y en la misma puerta me enseñaron ochenta euros, me quedé "flipado", ¡solo me quedaban sesenta! Después de algunas gestiones conseguí los veinte euros que faltaban y en la misma puerta cogieron el dinero y mi pasaporte y me citaron en una hora. A la hora tenía mi visado para continuar el viaje.

En Nigeria descubrí el caos africano al que me acostumbré en un día. Pedaleaba por una "autopista" de cuatro carriles  donde los coches cruzaban la mediana cuando lo necesitaban o les apetecía. Oscurecía y no encontré nada mejor que un pueblecito de chabolas, dos chavales se acercaron y me invitaron a acompañarles, me armé de valor y decidí entrar. Me rodearon, planté la tienda entre las chabolas y miraron como descargaba la bicicleta; alguien llegó con un teléfono móvil y fue filmándolo todo, mientras decia; esto es un acontecimiento para el pueblo. Llegó la noche y a la luz de las velas encendieron un loro a baterías y... ¡Fiesta! Me pregunté si éste era el peligro de Nigeria. Después de esa fabulosa y extraña experiencia lo demás fue dejarse llevar por carreteras llenas de militares que de vez en cuando me hacían parar y en ocasiones me pedian un pequeño soborno. Crucé Níger y me dirigí a la frontera con Camerún.

Entré por unas pistas y sitos preciosos, pequeños pueblos y caseríos repletos de niños con uniformes escolares y machetes en la mano, todo era más tranquilo. Estaba en África, pero siempre encontraba a alguien que hablaba algo de español. Así, entre niños y buenas gentes, llegué a las faldas del monte Camerún y allí me uní a un grupo formado por dos americanos, un inglés, un danés y un africano, sí, como en los chistes. Juntos, llegamos a la cumbre.  El monte Camerún es impresionante, desde arriba un mar de nubes impresionante y cuando ves la bahía del golfo de Guinea todo parece un sueño radiante, una visión que te deja sin palabras. Os lo dice alguien que ha subido muchas montañas.

Poquito a poco llegué a Yaunde, aquí ya me tocaba gestionar dos visados, uno a Gabón y otro al Congo. Fue pan comido después de una semana y después de acabar casi a puñetazos en la embajada de Gabón. Mi viaje continuaba por un África donde cada vez se escuchaba más español.

Llegué a Libreville, capital de Gabón y allí conocí a Crispín. Crispín trabajaba para una gran empresa española y, como en la embajada de España pasaron de mí olímpicamente, fue Crispín quien me ayudó con los trámites en la embajada de Angola. Me dijo que además de trabajar, estaba para ayudar y mucho más a un compatriota. Y eso que era catalan. Después de dos días en la embajada nos dijeron que era imposible solucionar algo y me enviaron a Pointe Noire en Congo. Sólo había un obstáculo, 500 kilómetros de pista y un pequeño insecto que me haría pasar la malaria. A 90 kilómetros de Dolise pasé cuatro días en una misión católica, allí descubrí el mundo de las misiones,  aunque no era en la primera que paraba, conocí a esos  religiosos y religiosas que consagran su vida a los demás, se dedican a algo más que a dar misas. De allí pasé a un camión con chatarra y tres cabras que cubrió los 300 kilómetros que me faltaban para llegar a Pointe Noire. En esta ciudad las embajadas me darían el disgusto más grande del viaje.
No me podía creer lo que decían. No me aseguraban que tras esperar quince días pudiesen darme un visado de cinco días para llegar a la capital de Angola, luego, una vez allí, debía tramitar un nuevo visado para prolongar mi estancia en ese país. Tan hundido me sentí que pensé comprarme un billete de avión y regresar a España, sin embargo, tras una corta crisis decidí no darme por vencido por un simple trámite burocrático. No me había vencido la malaria, ni los repetidos estropicios de mi bici, ni muchísimo menos me iban a ganar los impedimentos de una embajada. Me entraron ganas de cogerlos del cuello, pero hice algo mejor, cogí un avión dirección  Johannesburgo y directo al mundial.

Ya en Johannesburgo me decidí por la ruta a Bostwana, donde la fronteras ya no tenían barreras, luego el desierto del Calagari. Parecía haber aterrizado en otro mundo, ya existían las reglas del juego, todo estaba mejor pintadito, sin embargo, se había perdido energía, espontaneidad. El viaje ya no era el mismo, pero lo prefería.

Y ya, sin tanto sentimiento, pasé ese desierto del sur de África para dirigirme a la capital de Namibia, Windtouk. Todo iba bien y mi material aguantaba con pequeñas pegas, rueda trasera curvada a la africana, carrito con el último eje a punto de romperse, tienda sin cremalleras y con la estructura empalmada, saco sin cremallera, segundo cambio de la bici  Simano de la prehistoria y bastantes cosillas de más.

Muy poco me faltaba para llegar a uno de los tres cabos míticos, el cabo donde los piratas ya se podían adornar con el  aro que marcaba la proeza. Yo también estaba a punto de doblarlo. ¡Buena Esperanza, allá voy!

Después de unos días por Namibia entré de nuevo en Sudáfrica, ahora en bicicleta y sin el carrito que había llevado arrastrando durante todo el viaje. Algunos kilómetros más adelante se me rompió el pequeño cambio  Simano , pero ni corto ni perezoso empalmé la cadena de mi bici e hice los últimos trescientos kilómetros con un desarrollo fijo hasta Cape Town donde acabaría mi viaje durmiendo en una bonita playa junto a los pingüinos del Cabo de Buena Esperanza.

En total fueron más de 20.000 kilómetros y si los tuviese que resumir en unas frases os diría:
Si tienes un sueño, una ilusión, persíguelo. No te rindas, cuando lo logres sabrás que en la vida se pueden realizar un sinfín de decisiones maravillosas. No sientas miedo de encontrarte solo en el camino porque seguramente encontrarás a  alguien que te eche una mano y descubrirás una de las cosas más bonitas de la vida, "la amistad".

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